El poder del Amor



Cuando la vio por primera vez no esperaba sufrir tal arrebato. El aire expandió sus pulmones y fue poseído por una fuerza que nunca antes había experimentado. Era la constatación de la agonía de una vida anterior que tocaba a su fin. Como el otoño deja paso al invierno en ese desprenderse de amarillos, su corazón anunciaba un retorno a lo sagrado, la exploración de un universo que creía ya extinto en su interior. Porque de nuevo renacía la dicha, y la vida parecía adquirir una nueva tonalidad, una iridiscencia de colores armónicos, luminosos. Era el amor, y de ella y por ella había renacido.

Dicen que los astros, en su girar infinito, son impulsados por la fuerza cósmica del amor, que como conciencia ordenadora del universo, sacude los cuerpos con la urgencia de la dicha y los conduce a la plenitud de la unidad. Y así los cuerpos celestes gravitan, enamorados del tiempo, acariciando el espacio con la elegancia del movimiento que es creado por dicha fuerza inabarcable.

Al enamorarse el hombre experimenta parte de esa verdad cósmica, se ve elevado por encima de si mismo, arrastrado por una belleza que lo trasciende a él y a su existencia. El amor dilata la vida arrebatándonos de nuestra mezquina y angosta individualidad y volviéndonos generosos, dispuestos a los mayores sacrificios, y también pacíficos y sosegados, sintiendo que en esa unión un poco de la unidad originaria es devuelta a nuestras vidas. Como torbellino de fragancias celestiales el amor dirige el mundo y lo eleva más allá de su condición mortal y transitoria.

Pero debemos entender que el amor es un motor divino que lo envuelve todo, una luz que comunica las cosas y las hermana disolviendo las diferencias, y que transformado en otra cosa da lugar a las mayores confusiones y desdichas, pasiones que nada tienen que ver con su naturaleza original. Porque el hombre no siempre esta preparado para enarbolar tal sentimiento, y la mayoría de las veces, por ignorancia o miedo, se olvida de que la latencia de tal emoción debe llevarlo a comprender que el egoísmo, el odio, el instinto de posesión y la envidia, no son más que fantasmas, sombras degeneradas de un amor traicionado y deforme.

Ahora transcurría sus días radiante, dispuesto a todo, hasta se podía decir que su vida había cambiado radicalmente: las calles que transitaba todos los días, su casa y los objetos que tantas veces había mirado con desdén, su vieja ropa y sus manoseados libros, todo, parecía adquirir ahora una nueva realidad, más amable y cercana, mas digna de atención. Los días eran ahora como preciados alimentos que saborear hasta la más leve sustancia. Estaba enamorado y un nuevo horizonte se dibujaba ante sus ojos.

Por: Koki Varela Iglesias

1 comentario:

  1. Jo chico, que bien escribes! es una maravilla leerte y reflexionar un poco...
    mil gracias

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